viernes, 1 de mayo de 2015

Y Sin Embargo

"When I get sad, I stop being sad and be awesome instead... True Story"

Barney Stinson





Cada relación que tenemos es diferente, cada ruptura también. Pero lo que nunca cambia es el proceso con el que lidiamos esa ruptura. Todos tenemos un ritual especial para cuando sufrimos una decepción amorosa. Yo, por ejemplo, me torturo con una lista de reproducción de 11 horas y 19 minutos, con 179 canciones, que me recuerdan lo desdichada que estoy. Como si eso no fuera suficiente, me refugio en una dosis de películas románticas y comedias románticas, que me recuerdan que nunca nadie jamás va a hacer un acto descabellado y desesperado para demostrarme su amor. Me releo los poemas de Benedetti más tristes que encuentre, y los más felices también, para recordarme que alguna vez fui feliz y ya no. No conforme con esto, me dedico a escribir cuentos acerca de mi historia de amor fallida.  Le doy vueltas a la posibilidad de volver a buscarlo, de volver a hablarle, me digo a mí misma que no quiero perderlo. Me torturo reviviendo los momentos con esa persona, visitando los lugares que solíamos visitar, viendo las películas que solíamos compartir, y haciendo las cosas que solíamos hacer juntos; sola, para que me pesen más los recuerdos. Y sobretodo, lloro. Lloro como Magdalena. Una, dos, tres, cuatro noches o más. 

Cuando termino de llorar mis penas, paso a la segunda fase de mi proceso post-ruptura. Me digo a mí misma que ya fue suficiente de llorar, y si la relación terminó mal, me recuerdo lo patán que fue, me enojo y le guardo rencor. Comienzo a evitar los lugares que visitábamos, las películas que me lo recuerdan, las cosas que compartíamos. Ya no lo quiero de vuelta en mi vida. Me invento situaciones imaginarias en las que él y yo nos topamos, y yo lo hago sentir como la basura que es. Me repito diálogos sumamente elaborados en los que le digo de la forma más hiriente posible lo idiota que fue, y que me ha perdido completamente. Y escribo. Escribo otra vez nuestra historia de amor, pero con un final distinto, un final donde yo me voy. En esta etapa, lo odio con la misma intensidad con la que alguna vez lo quise. 

Finalmente, y después de tanto desgaste emocional, nada. Usualmente cuando llego a esta fase, en mi vida está pasando algo que vale mucho más la pena que estar odiando a un idiota cualquiera; entonces decido que lo más maduro que puedo hacer es perdonar y seguir adelante. Quisiera decir que olvido, pero hay cosas que sólo con el tiempo se pueden olvidar, así que dejo que el tiempo siga y haga de las suyas. Después de un proceso largo (porque vaya que es largo, a veces tardo hasta un año) y desgastante, todo lo vivido se vuelve una historia más, y san se acabó.

Fue la misma historia para tres de las cuatro veces que me enamoré. Los quise, los extrañé, les lloré, los odié, y los olvidé, a todos... con una excepción. Todos tenemos a esa persona que lo cambió todo, a lo mejor no fue el amor de tu vida, pero es LA EXCEPCIÓN de tu vida (así, en mayúsculas y subrayado). Por esa persona cambiaste todo el paradigma. Conmigo fue Cuatro, y les diré porqué. Para empezar, su forma de ser y de pensar fue completamente diferente a las de los otros tres. No encajaba en la imagen de mi hombre ideal. No le gustaba leer; alguna de la música que él escuchaba yo la odio; no tenía pláticas pseudointelectuales con él; es inteligente, sí, pero no para despertar mi lado sapiosexual. Era completamente diferente a los otros tres de los que me enamoré, pero con él hice todas las excepciones que pude hacer. Desde aceptar una relación a larga distancia, hasta no pasar por mi proceso habitual post-ruptura, entre muchas otras. 

Mi proceso post-ruptura con él, fue distinto, a pesar de no tener nada realmente emocionante en mi vida. No me torturé viendo películas románticas (bueno vi algunas, pero no las que me hacían llorar), no escuché mi lista de reproducción (ni siquiera la abrí), no escribí nuestra historia de amor (aunque sí tres cartas, dos para él y una para mí), no me torturé con las cosas que me recordaban a él, pero tampoco las evité, no leí a Benedetti (está bien... no lo leí una y otra vez). Sí le lloré, y sí lo extraño (de vez en cuando). Pero, a pesar del daño que me hizo, no lo odio, ni lo odié, ni lo odiaré, simplemente lo dejé pasar. No necesité pasar por todo mi proceso habitual post-ruptura para darme cuenta de que merezco más de lo que recibí. No necesité llorarle (tanto) ni odiarlo para superarlo. Dejé de ser quien era para volverme en alguien mejor. Puedo contar la historia sin sentir que muero lentamente cada que la cuento. No le sufrí como le sufrí a los otros, aún cuando lo quise más. Puedo seguir adelante sin él. Y sin embargo, de cierta forma, aún lo quiero, supongo que es por eso que lo extraño, pero soy consciente de que ahora las cosas son diferentes.